No puedo andar
botando cosas y cambiarlas por un modelo más nuevo.
No hace mucho tiempo, mi
mujer y yo, cuidábamos de nuestros hijos enseñándoles a preservar las cosas. Ya
crecieron, incluso mi hijo mayor está casado, pero ambos tienen mejores
celulares que nosotros.
No digo que esto
esté mal, lo que pasa es que me da pena botar las cosas. El iPod, el primer
celular, mi máquina fotográfica, en fin, todo se volvió desechable. Antes, lo
único desechable para mi eran los platos y los vasos de domingo, ahora parece
que todo tiene una vida útil muy reducida.
Soy de una época en que las cosas buenas duraban un tiempo razonable, es más, había cosas para toda
la vida. La herencia de objetos tenía un lugar importante en la vida, vajillas,
relojes, hasta ropa, si hasta ropa se heredaba, un mar de objetos se podía
pasar de padre a hijo, de hijo a nieto, y así por delante.
Actualmente,
casi nada se repara, todo se cambia, todo se bota. Las cosas ya salen
obsoletas. Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto, producimos más y más
basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en
toda la historia de la humanidad.
Todos los
desechos orgánicos iban a parar al gallinero. Lo que sobraba, los animales se lo
comían o servía de abono. Es que no es fácil para una persona que educaron
con el “guarde, alguna vez puede servir para algo”, pasarse al “compre y
bote que ya hay un modelo nuevo”.
Me doy cuenta
que mi cabeza no resiste a tanto cambio.
Ahora no sólo se
puede cambiar el modelo del celular una vez por semana, sino que, además, se
puede cambiar el número, la dirección de correo, la cuenta de Facebook, de
Twitter y de Instagram.
Fui preparado para vivir con lo mismo toda la vida. Aprendí que se podía guardar
todo. Absolutamente todo. Algún día las cosas podían servir de nuevo. Se
guardaban hasta los dientes de nuestros bebes. Bueno, todavía tengo mi primer
cacho de cabello, mis dibujos del kínder y hasta telegramas que se enviaron de
cuando nací.
Creatividad era
exprimir la vida útil de los encendedores desechables, de las hojas de afeitar
y hasta de las baterías. Desechable era un término relativo.
Guardé el papel
plateado de los chocolates y de los cigarros, coleccionaba de todo. Costaba
mucho declarar la muerte de un objeto. Ahora, hasta la amistad es desechable,
sin embargo, no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
No voy a mezclar
los temas, no lo voy a hacer. No voy a decir que lo perenne se ha vuelto caduco.
No voy a decir que a las personas que les falta alguna función se les
discrimina. No voy a decir que el pasado
se tornó efímero, desechable. No lo voy hacer.