Tener o no tener esclerosis múltiple no es la cuestión, saber que tengo
una enfermedad progresiva desde hace siete años que ha ido haciéndome, cada vez más, una
persona discapacitada, reduciendo mi movilidad, es lo que importa. He tenido que renunciar a la
persona que fui, a actividades profesionales y domésticas que configuraban mi
personalidad y daban sentido a mi vida.
El problema es que mi propio cuerpo se ha vuelto contra mí. La enfermedad hace parte de mí día a día. Es
inseparable y la verdad es difícil convivir con ella. Por muchos años la
realidad fue vista como una sustancia. Se siente. Se toca. Estoy de
acuerdo.
Considero un éxito no arrastrar a los demás con mi
situación. Puede ser que haya bajado la guardia, pero no será consecuencia de
la enfermedad? Ese círculo vicioso, de no hacer y no mejorar, claro que me gustaría
quebrarlo, pero la pregunta es cómo? Si a veces levantarme de la cama es un
logro que sólo yo veo. Lo esencial es que he llegado hasta aquí.
Tras la perspectiva de un futuro imprevisible, nunca seré el
mismo. El nuevo neurólogo que he visitado ha sentenciado que no es Esclerosis Múltiple pero que
importa, si mi situación no ha cambiado nada. La verdad, en el fondo veo una luz en el fin
del túnel que puede transformarse milagrosamente en una cura o regresión.
He esquivado ciertos abismos pero también he caído en unas
graditas simples. No me siento bendecido tampoco maldito. Simplemente me toca
llevarla. Claro que no lo he logrado solo. Muchas personas me han ayudado, a
veces sin saberlo, a incorporarme y continuar con esta realidad.
En suma, la pregunta no tiene razón de ser. Saber llevar lo
inevitable, distinguir la belleza y ganar un poco de sabiduría es lo que
interesa.