Actualmente, entre las cosas que hacen mi vida más alegre, la comida, quizás, encabeza la lista. Si de mí dependiese, la gula y la lujuria serían eliminadas de los siete pecados capitales. Las razones son inconfesables y es que están relacionados entre sí. El puente entre estos dos vicios son los afrodisíacos. Los demás pecados, avaricia, ira, soberbia, pereza y envidia, son digamos metafísicos y envuelven mucha malignidad.
Comer depende más del cerebro que del aparato digestivo. He escuchado decir que se tarda 20 minutos el estómago, en avisar al cerebro, que ya está satisfecho, pero en mi caso creo que se tarda más, puedo comer y saborear la comida durante horas. No como más por pena.
Kilo por kilo y mi silla de ruedas, van aumentando la circunferencia de mi abdomen, que un día ya fue plano. Pero no me refiero a tragar o masticar con compulsión, sino, a degustar y descubrir los misterios de disfrutar los alimentos con nuestros amigos y nuestra familia.
Reunir personas allegadas en vuelta de una mesa para celebrar la comida es realmente una ceremonia. Puede estar la mesa cubierta por un mantel de plástico o por uno de damasco almidonado, con servilletas de papel o de lino, vasos desechables o copas de cristal, siempre será un momento sublime y placentero para disfrutar con todos los sentidos.
Cómo no saborear la textura incomparable del paté de hígado, la sensualidad del carpaccio de salmón y el bouquet del café? Me parece que además de cocineros y gourmets deberían existir los degustadores, responsables de elevar el paladar a un nivel aristocrático.
Un banquete pantagruélico no necesariamente es hecho por alguien que se coloca ese gorro histriónico o por un pseudo-gourmet, basta impregnar la cocina con el placer de la velada, con la afinidad de los comensales y con conversaciones animadas para disfrutar del ágape.
No me refiero a esos chambones ataviados con un delantal, que se declaran expertos y que con grandes ademanes hacen una mezcolanza de ingredientes sacados de una lata, sino a los que escogen amorosamente los ingredientes más frescos y sensuales, que los preparan con arte y cariño y los ofrecen como un regalo para los sentidos y el alma.
Así como la gula se relaciona con la lujuria, el gusto camina de la mano con el olfato. Son inseparables. Existe una fragancia más intensa y misteriosa que la del café? Nuevamente, accionamos primero nuestro cerebro antes que el estómago. Cómo olvidar esas viandas evocadas por el aroma y la nostalgia, tan potentes a veces, que derriten mis lágrimas.
A pesar de las centenares de recetas publicadas en los diarios, en el Internet, en la TV y en cientos de libros de cocina, existe muy poco escrito sobre el sentido del gusto. Es un ente con vida propia, un fantasma invocado que abre una ventana en la memoria y que nos conduce a través del tiempo.
Una comida ideal es aquella que, rodeada de convidados afines y dispuestos a deleitarse, comienza con la obertura de un delicioso couvert, seguido notas suaves en crescendo de una sopa, pasando por fanfarria del plato principal y culminando con los dulces arpegios de la sobremesa. Sí, porque a mí me gustan las historias con final feliz.
No estoy de acuerdo en que el sufrimiento físico sea provechoso para el alma, por eso no niego el placer que me provoca compartir los alimentos, ya sea con mi familia, mis amigos y compañeros del dominó.
Así, a través de la comida, puedo acceder a un estado superior de conciencia donde mis limitaciones físicas quedan reducidas a un plano meramente secundario, trivial.
Se disfruta mucho de esas reuniones familiares para comer, es algo mágico.
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