29 octubre 2011

Pantagruel y la EM

Actualmente, entre las cosas que hacen mi vida más alegre, la comida, quizás, encabeza la lista. Si de mí dependiese, la gula y la lujuria serían eliminadas de los siete pecados capitales. Las razones son inconfesables y es que están relacionados entre sí. El puente entre estos dos vicios son los afrodisíacos. Los demás pecados, avaricia, ira, soberbia, pereza y envidia, son digamos metafísicos y envuelven mucha malignidad.

Comer depende más del cerebro que del aparato digestivo. He escuchado decir que se tarda 20 minutos el estómago, en avisar al cerebro, que ya está satisfecho, pero en mi caso creo que se tarda más, puedo comer y saborear la comida durante horas. No como más por pena.

Kilo por kilo y mi silla de ruedas, van aumentando la circunferencia de mi abdomen, que un día ya fue plano. Pero no me refiero a tragar o masticar con compulsión, sino, a degustar y descubrir los misterios de disfrutar los alimentos con nuestros amigos y nuestra familia.

Reunir personas allegadas en vuelta de una mesa para celebrar la comida es realmente una ceremonia. Puede estar la mesa cubierta por un mantel de plástico o por uno de damasco almidonado, con servilletas de papel o de lino, vasos desechables o copas de cristal, siempre será un momento sublime y placentero para disfrutar con todos los sentidos.

Cómo no saborear la textura incomparable del paté de hígado, la sensualidad del carpaccio de salmón y el bouquet del café? Me parece que además de cocineros y gourmets deberían existir los degustadores, responsables de elevar el paladar a un nivel aristocrático.

Un banquete pantagruélico no necesariamente es hecho por alguien que se coloca ese gorro histriónico o por un pseudo-gourmet, basta impregnar la cocina con el placer de la velada, con la afinidad de los comensales y con conversaciones animadas para disfrutar del ágape.

No me refiero a esos chambones ataviados con un delantal, que se declaran expertos y que con grandes ademanes hacen una mezcolanza de ingredientes sacados de una lata, sino a los que escogen amorosamente los ingredientes más frescos y sensuales, que los preparan con arte y cariño y los ofrecen como un regalo para los sentidos y el alma.

Así como la gula se relaciona con la lujuria, el gusto camina de la mano con el olfato. Son inseparables. Existe una fragancia más intensa y misteriosa que la del café? Nuevamente, accionamos primero nuestro cerebro antes que el estómago. Cómo olvidar esas viandas evocadas por el aroma y la nostalgia, tan potentes a veces, que derriten mis lágrimas.

A pesar de las centenares de recetas publicadas en los diarios, en el Internet, en la TV y en cientos de libros de cocina,  existe muy poco escrito sobre el sentido del gusto. Es un ente con vida propia, un fantasma invocado que abre una ventana en la memoria y que nos conduce a través del tiempo.

Una comida ideal es aquella que, rodeada de convidados afines y dispuestos a deleitarse, comienza con la obertura de un delicioso couvert, seguido notas suaves en crescendo de una sopa, pasando por fanfarria del plato principal y culminando con los dulces arpegios de la sobremesa. Sí, porque a mí me gustan las historias con final feliz.

No estoy de acuerdo en que el sufrimiento físico sea provechoso para el alma, por eso no niego el placer que me provoca compartir los alimentos, ya sea con mi familia, mis amigos y compañeros del dominó.

Así, a través de la comida, puedo acceder a un estado superior de conciencia donde mis limitaciones físicas quedan reducidas a un plano meramente secundario, trivial.

13 octubre 2011

Condenado a soñar

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Ya estaba por acostarme y bebí mi media botella de agua, antes de hacer mis oraciones y leer mis 30 páginas del libro de turno. Estaba un poco cansado e fatigado, subir 24 gradas no es fácil! Mis movimientos eran lentos pero felices.

Me detuve por un momento a pensar y mi vejiga me interrumpió obligándome a ir al baño para liberar las corrientes hidráulicas corporales, pero antes, DaVinci, mi perro, me exigió que le rascara el cuello. Una vez que logró mi atención volvió para abajo de la cama.

La presión hidrófila me recordó que la cita con el vaso sanitario era perentoria. Como siempre, me apoye en el andador, en el contramarco de la puerta y en el mueble del lavabo, me bajé el pijama con movimientos cada vez más rápidos y precisos, dignos de un James Bond.

No se admiten errores de cálculo o de sincronización, la tapa debe estar arriba, siempre, ya está calculado así. El esfuerzo fue compensado, la tensión bajó, la misión fue un éxito, felizmente no pasó al recuerdo.

Volví a mis barras de apoyo improvisadas y paré en la ventana del cuarto. Espié la luna e intenté visualizar Bellatrix, Rigel o Betelgeuse, pero el cielo se negaba a quitar su velo. La brisa me propuso que cerrara las celosías. Unos pasos más y estaba en la cama. Le di a mi esposa un beso de buenas noches y los acordes de Morfeo, hijo de Hipnos y Nix, comenzaron a sonar.

Casi inmediatamente, mi silueta en el lago de adormideras comenzó a dibujarse. A medida que huyo de la realidad me voy dando cuenta que sigo buscando mi trono. Escucho música serena, tranquila y placida, como suaves acordes de teclas de marfil de un piano de cola.

Veo la música y oigo los colores. Mi alma se desgarra de la topia del cuerpo. La melodía hipnotiza todo el ambiente y me veo en plena actividad aeróbica, de repente todo vuelve a ser como era antes, cuando estaba sano. Mantengo la sensación por un momento, como un diapasón, y me aferro fuertemente a ella.

Mi corazón late cada vez más fuerte y voy quedando atrapado en la realidad de un sueño o en el sueño de la realidad. Soy un rey sin trono o un esclavo condenado a soñar?

01 octubre 2011

Otoño

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Catedral de Tegucigalpa. Homenaje a la ciudad en su 433 aniversario

A partir del 23 de septiembre en el hemisferio norte, cuando ocurrió el equinoccio, entramos en la estación astronómica del otoño. El otoño es la estación dorada del año y también es la época en que  dejamos de ser jóvenes y declinamos hacia la plenitud de la vejez. Prematuramente, a las puertas de mis cincuentas ya me encuentro en el otoño de mi vida.

No sé por qué, siempre tengo la sensación de estar siempre en medio de una tormenta, asegurando puertas y ventanas para que el viento no arrase con todo, absolutamente todo dentro de mí.

Crecí sabiendo que la vida era dura y que ante los problemas no cabe sino apretar los dientes y seguir adelante. Me di cuenta que la felicidad permanente es una cursilería, que al mundo se viene a sufrir y aprender. Menos mal que el hedonismo aprendido en Brasil suavizo estos preceptos.

Nunca falta el drama en mi vida, lo que me ayuda es mi memoria selectiva para recordar lo bueno, un poco de prudencia lógica para no arruinar el presente y una dosis extra de optimismo desafiante para encarar el futuro.

El deseo de libertad de movimiento hace que mi alma intente inconscientemente alcanzar el éxtasis divino por algún camino expedito o al menos escapar de la grosera realidad de este mundo.

Lo que pretendo es tener práctica espiritual para deshacerme de todos los sentimientos negativos que me impiden “caminar” con soltura, transformar el desánimo en energía creativa y la culpa en la aceptación de mis fallas, quiero barrer con la arrogancia y la vanidad.

No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto de los bienes materiales, la auténtica solidaridad o el estado de éxtasis de los iluminados, no soy santo pero puedo aspirar a la alegría de una conciencia limpia y obtener el don para compensar mis limitaciones físicas: tenacidad para lograr objetivos inalcanzables.

Mar adentro

 

eutanasia

Acabo de ver la película española “Mar adentro” (2004) dirigida por Alejandro Amenábar y protagonizada por Javier Bardem. Todos los elogios y premios recibidos no son exagerados. La obra recibió 14 premios Goya, dos premios en los Premios del Cine Europeo, Gran Premio del Jurado y la Copa Volpi al mejor actor (Javier Bardem), que interpreta a Ramón Sampedro. La lista de premios no termina aquí, recibió un Oscar, un Globo de Oro y un Independet Spirit Award, los tres en la categoría de mejor película extranjera.

Mar adentro narra la historia real de Ramón Sampedro, un español que quedó cuadripléjico después de un accidente cuando se zambullía en el mar. Durante 29 años fue atendido por su familia y luchó por el derecho a "morir con dignidad".

Llevó su caso ante los tribunales españoles en 1993 para lograr la legalidad de la eutanasia, pero su petición fue denegada. Se desarrolla entonces todo un debate sobre el tema con la participación de la Iglesia, la familia y las leyes.

La película de Amenábar es de una calidad narrativa suprema. Una de las escenas antológicas es cuando aparece la figura de la Iglesia, representada por un sacerdote también tetrapléjico, que decide visitar a Sampedro. Las escaleras al segundo piso, donde vive el protagonista, son muy estrechas y no permiten que la silla de ruedas del padre pueda pasar. Los dos se comunican a través de un seminarista, que corre de un piso a otro haciendo un álbum con expresiones faciales, a veces tensas, a veces ansiosas, pero siempre confusas, como si fuera a hundirse en una profunda crisis existencial y religiosa. Terminan, el sacerdote y Sampedro, hablando a gritos y sin mediación, bajo el silencio absoluto de la familia de Sampedro y la mirada atónita de los seminaristas.

Julia, abogada que se hace cargo del caso de Ramón, trata de llevar la discusión y la legitimación de la defensa en un plan racional, de forma individual y no dogmática. Julia es también el canal entre la vida y la poesía. Escriben un libro juntos, fuman un cigarrillo entre ambos, se desdoblan entre fantasías sexuales imposibles, deseos, frustraciones y la muerte como una meta.

Momentos de tensión, momentos tiernos, la imposibilidad del movimiento, la esclavitud de la familia y el buen humor están delicadamente bien dosificados.

“Mar adentro

Mar adentro

y en la ingravidez del fondo

donde se cumplen los sueños,

se juntan dos voluntades

para cumplir un deseo,

tu mirada y mi mirada

como un eco repitiendo sin palabras

más adentro, más adentro,

hasta el más allá del todo

por la sangre y por los huesos

pero me despierto siempre

y siempre quiero estar muerto

para seguir con mi boca

enredada en tus cabellos”